Hace
un poco más de un mes escribí una entrada, algunos la habrán
leído, otros no; algunos comprenderán lo que se siente vivir esa
situación, otros no; algunos de los que leerán esto vivieron esos
momentos conmigo, otros no; algunos me apoyaron en ese momento, otros
no... el hecho es que mañana se cumple un año desde el día que
sucedió ese evento, un año...
Nunca
deja de sorprenderme lo rápido que pasa el tiempo, realmente es
impresionante lo fugaz que puede volverse nuestras vidas.
Sinceramente, me cuesta muchísimo creer que ha pasado un año desde
aquel lunes 22 de agosto del año pasado, ese horrible lunes...
Recuerdo
perfectamente el último día que la vi, el cual fue el domingo 21
(el día anterior), y aún no puedo borrar de mi mente su imagen...
esa imagen que no era para nada similar a la que tenía un poco más
de un mes atrás en su cumpleaños. Su salud había llegado a un
punto crítico, tanto así que era difícil, por no decir imposible,
comunicarse satisfactoriamente con ella. Recuerdo que ese día
temprano, me avisaron que no se sentía muy bien, así que decidí ir
a visitarla. Por alguna extraña razón que desconozco (quizás ya
sabía lo que era inevitable que sucediera), se me ocurrió imprimir
una vieja foto que tengo en un álbum. En esa foto salgo con ella,
debía tener dos años aproximadamente, es decir, hace
aproximadamente unos 22 años. Luego de imprimirla, fui a visitarla
para verla. Casi todos los miembros de la familia (sus hijos con los
suyos, excepto mi progenitor) estaban allá también, incluso algunas
personas que no poseen nuestra misma sangre, pero que son
consideradas parte de la familia, se encontraban ahí. Al verla,
sentí algo que no puedo describir. Ya yo sabía que ella estaba
bastante mal por lo que tenía, pero el estado en el que se
encontraba era, como dije arriba, crítico.
En mi entrada anterior mencioné que ella era una gran conversadora, que
le encantaba hablar y contarnos cosas de su pasado y también de la
historia; sin embargo, en ese momento no podía hablar, no tenía
fuerzas... su mirada era tranquila, seguramente porque sabía
perfectamente lo que iba a suceder. Me dejaron solo con ella un rato,
pero no sabía que decirle o que comentarle, estaba realmente
impresionado al verla de esa manera. Trataba de hablarle, o hacer que
me dijera cosas, pero no podía hacerlo, no tenía las fuerzas.
Recuerdo que hacía gestos de dolor, aunque seguramente, más que
dolor era disgusto, ya que como dije en mi entrada anterior, ella
odiaba sentirse inútil y sin poder hacer nada.
Durante
todo el momento que estuve con ella, la tomaba de la mano y no dejaba
de verla y desear que se recuperara. Una de las últimas veces que la
visité, la tomaba siempre de la mano, y siempre me apretaba con
fuerza, como diciéndome: “Aún tengo fuerza para apretar”,
pero ese día no lo hacía... al menos no con la misma fuerza que
antes, ya que lo hacía muy débilmente. El momento más triste fue
cuando decidí mostrarle la foto (no quería o tenía el valor para
hacerlo, ya que no sabía si podía ver o no). Al mostrársela
recuerdo que le pregunté si podía ver la foto, que era de hace más
de 20 años, y que salíamos ella y yo. Ella miró la foto, y pude
ver una sonrisa muy leve en sus labios, al mismo tiempo que me apretó
las manos con más fuerza que antes. Me alegró saber que estaba
consciente, y que podía ver y escuchar aún, e hizo un sonido como
para decirme algo, pero no la escuché; al acercarme para escucharla
mejor, me dijo algo en voz muy baja. Recuerdo a la perfección sus
palabras, sus últimas palabras (al menos para mí): “Se va a
poner peor”. Después de eso, me dijo algo más, pero no la
pude escuchar.
Después
de eso, me fui a mi casa, y me preparaba como todos los domingos para
ir a trabajar al día siguiente como todos los lunes... con el
pequeño detalle que al otro día no fui a trabajar, ya que me habían
llamado diciéndome lo que ya muchos sabíamos que sucedería en los
días próximos: mi abuela había fallecido. Seré sincero, en el
momento no sentí nada, seguramente fue porque no comprendí
realmente lo que había sucedido. Le avisé a mi 'jefe' que no iría
a trabajar, y fui a casa de mi abuela. Al llegar vi la puerta
principal abierta, vi a varias señoras (supongo que eran vecinas) en
la sala, y a unos primos y un tío en el comedor. No quise pasar aún
por su habitación, así que fui a saludar a mis familiares. Nadie
estaba llorando, al menos no por fuera, todos los hombres debían
mantenerse fuertes... así fuera por el momento. Unas tías estaban
llorando, al igual que varias personas... yo no podía hacerlo, en el
momento no sentí nada. Ni siquiera al entrar a su habitación y
verla en la cama sentí algo triste, para mí estaba descansando,
dormida profundamente; y es que realmente se veía tranquila, no
tenía una mirada de haber sufrido, parecía muy tranquila. Hubo un
momento en el cual casi lloro, y fue cuando una prima llegó y la
vio... no puedo olvidar cómo se puso, entró llorando y al verla
casi se desmaya. Me dolió ver eso, pero tenía que brindarle mi
fortaleza a quienes estaban destruidos por fuera (como ella, o mis
tías), así que traté de consolarla.
Obviando
los detalles de: pasar todo el día en la funeraria, el reencuentro
con mi progenitor, los pésames recibidos, conocer personas cercanas
a la familia, el reencuentro con personas del pasado, estar en un
ambiente triste y todo eso, etc., el día fue bastante normal. Dormí
tranquilamente durante la noche, y me desperté temprano al otro día
para ir a la funeraria de donde saldríamos al cementerio para el
entierro. Al verla de nuevo en el ataúd, aún no me daba cuenta de
la situación, aún pensaba que dormía, aún no lloraba, aún no
sentía nada...
Sin
embargo, hubo un momento donde mis límites se rompieron, y toda mi
resistencia llegó a su fin: el momento de cerrar el ataúd. Ver
llorar a mis tías y mis primas, mientras un primo les decía: “Se
que duele, pero tenemos que cerrarlo y decirle adiós.” fue
demasiado. Habían pasado exactamente 30 horas desde que me dieron la
noticia, y no pude resistir más... simplemente no pude. Agradezco
desde el fondo de mi corazón a una
personita importante con quien contaba y que se encontraba conmigo en ese momento, sin su
apoyo, esa situación hubiera sido mucho más difícil de enfrentar. A pesar de estar enferma y no deber estar expuesta a ese ambiente, estuvo ese día
conmigo, apoyándome en ese momento... incluso hasta el cementerio
cuando fuimos al entierro, y después de eso.
No
contaré lo que ocurrió en el cementerio, porque no hay mucho que
decir. Aparte de la tristeza obvia, lo único que puedo hacer
referencia y/o resaltar es una “falsa promesa” que me hicieron
ese día, la cual creí sin dudar porque pensé que había honor al
momento de hacer un juramento ante la tumba de tu propia madre recién
fallecida, pero el universo me demostró que no siempre es así. Me
gustaría contar sobre esa falsa promesa, pero eso ampliaría una entrada que hice anteriormente sobre la mentira y la decepción, y
además, no tiene mucho que ver con este tema, así que lo dejaré
pasar... por ahora.
En
conclusión, ese hecho fue uno de los que marcó más profundamente
mi vida. No tengo nada extra que decir que no haya dicho en mi entrada anterior, así que si quieren conocer mis sentimientos al
respecto, aquella entrada lo describe todo de gran manera, ya que
nada ha cambiado en mí desde entonces: aún la extraño, aún pienso
en ella, aún siento la necesidad de hablarle, de preguntarle cosas,
de escuchar sus historias... aún la amo.
Sí, esa fue la foto que le llevé... de hace 22 años.
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