10/7/12

Historia: Mi Hija.


Mi hija era todo en este mundo para mí. Ella era una buena estudiante, era graciosa, tenía buenos amigos, tenía buena salud, y lo más importante, le había dado una muy buena educación. Podría decir con total seguridad que le había ofrecido todas las herramientas necesarias para que fuera una buena persona.

Mi hija decía siempre que me quería, y en realidad lo hacía, me lo demostraba cada vez que podía. Siempre fue atenta conmigo, con mi salud, con mis altos y bajos. Fue una gran hija, una hija que muchos padres quisieran tener.




Mi hija siempre buscaba la manera de complacerme, de demostrarme su afecto, su cariño, su amor. Nunca me quejé de eso, ya que estaba satisfecho por los frutos de lo que había sembrado durante tanto tiempo. Era como plantar una semilla con toda la dedicación y atención del mundo, cuidarla en todo momento, a toda hora, y a la final ver como se comienza a convertir en una hermosa flor. Realmente estaba satisfecho de poder ver que mi esfuerzo había valido la pena.

Mi hija nunca pedía o exigía cosas que yo no pudiera darle. Estaba consciente de mi situación y que no siempre se podía obtener lo que quería. Estaba muy orgulloso de que ella no fuera como otros hijos malcriados quienes no saben valorar lo que sus padres le ofrecen, o suelen exigir mucho más de lo que merecen.

Mi hija nunca me había decepcionado. Cometía errores como todos, después de todo nadie es perfecto, pero no parecía hacerlo con mala intención, era más “inocencia” que otra cosa. Le daba consejos, y le hacía ver la realidad de las cosas, y siempre fue así. Discutía con ella, la regañaba, pero pronto parecía comprender mi preocupación por ella y todo volvía a la normalidad, sin rencores ni resentimientos.

Mi hija fue creciendo con el tiempo, y haciéndose cada vez más independiente. Yo era todo lo que tenía, y hubiera dado la vida por ella, pero se fue haciendo más solitaria, más centrada en su mundo que en la realidad que la rodeaba. Se comenzó a acostumbrar a la vida fácil. A pesar de haberle enseñado todo lo que sabía de valores y principios, no pude evitar que viviera pensando que podía tener todo lo que quería. No quiero decir que ese pensamiento esté errado, pero los métodos que ella había desarrollado en su mente para lograr las cosas que quería no habían sido los correctos.



Mi hija poco a poco se fue distanciando de mí. Ya no me comentaba sus cosas, ya no veía en mí a ese “amigo” que era antes. Fue cambiando. Algunas personas decían que debía aceptar que había crecido, y que ya yo no sería todo para ella; no les dí importancia, pero tenía mis dudas sobre si creer o no sus afirmaciones.

Mi hija comenzó a cometer faltas, y eso nos causaba muchos problemas... pero como todo padre que amaba a su hija, la terminaba perdonando luego de darle una lección moral o dos. Las faltas se fueron repitiendo, me dolía mucho que ocurriera así, ¡pero era mi hija! No podía hacer más que tratar de hacerle ver la realidad de las cosas, las consecuencias de sus actos, y que sus faltas no sólo la afectaban a ella, sino también a mí por ser su padre.

Mi hija cada vez más estaba menos tiempo en la casa, cada vez me mostraba menos afecto, menos aprecio, menos sentimientos... ¡pero era mi hija! El amor de un padre por sus hijos no desaparece de la noche a la mañana, y por eso buscaba volver a ser su amigo, volver a ser esa persona en quien tanto confiaba, y a quien le podía contar muchas de sus cosas con total confianza y seguridad. Muchos me decían que ella hacía cosas indebidas, pero no les creí y me molesté con ellos. Me resultaba imposible de creer que mi hija, a quien le enseñé tantas cosas, pudiera hacer cosas malas... incluso llegué a escuchar que había comenzado a consumir drogas, y el simple hecho de imaginarlo ya era suficiente para hacerme sentir muy mal.

Mi hija seguía con la misma actitud de los últimos días, hasta que un día no pude soportar más las dudas y decidí hablar con ella. Le pregunté muy gentilmente si los rumores que había escuchado de ella eran verdad. Ella lo negó, y sin dudarlo le creí, después de todo, ¡era mi hija! No tenía por qué dudar de ella. Yo me había encargado que todas las buenas enseñanzas que mi madre me había transmitido durante la infancia y la adolescencia, e incluso durante parte de mi adultez, también hayan sido transmitidas a mi hija. Creí con todo el corazón lo que me decía, y no dudé de su palabra.

Mi hija volvió a contar conmigo, contarme sus cosas y a quererme como antes. Estaba realmente feliz, ya que esos momentos de incertidumbre habían quedado atrás; no era más que inventos de personas maliciosas. Yo por mi parte, seguía trabajando y esforzándome por su futuro, para que estuviera bien y tuviera una buena vida. Nada me hacía más feliz o me daba más motivación que eso.

Mi hija se enfermó un día. Preocupado, fui con ella al hospital para hacerle unos exámenes, a pesar que opuso bastante resistencia y se negó muchas veces a ir. Pensaba que era simple pánico o terror a los hospitales, ya que yo también soy así; no pensé en nada más, después de todo, no podía estar ocultándome nada, ella siempre me contaba todo. Sin embargo, los resultados habían indicado que su malestar había sido causado por el consumo de drogas. No podía creer lo que había escuchado, y tuve una discusión muy fuerte con el doctor. ¿Cómo mi hija podía haberlo hecho? Era imposible... ella nunca me había contado nada. Ella nunca me ocultaba nada. Seguramente era un error... ¡Tenía que ser un error! Hablé con ella nuevamente, y le pregunté cómo había sucedido eso. Ella me juró que no sabía, y que seguramente algún conocido en la última fiesta en la que estuvo habría puesto algo en su bebida sin que ella se diera cuenta. Creí en sus palabras, ya que ella nunca me mentiría de esa manera, ¡era mi hija!

Mi hija había conseguido un empleo. Ya casi no la veía en la casa, pero estaba tranquilo, ya que estaba luchando y esforzándose para conseguir sus propias cosas, justo como yo le enseñé durante mucho tiempo. Había aprendido a no esperar recibir todo, sino a ganarse la vida por su propia cuenta. Eso me hacía sentir muy orgulloso de ella. Era un poco duro no verla tan seguido como antes, pero no podía quejarme, estaba haciendo algo por su bien, por su futuro. Confieso que me preocupó un poco el exceso de esfuerzo que estaba haciendo, ya que el trabajo no era algo sencillo, además, estaba estudiando.

Mi hija decidió mudarse. No impedí que lo hiciera, pero sería mentira si negara que en el fondo quería detenerla a toda costa... pero era su decisión, y ya era lo suficientemente mayor para tomarla sin aprobación de mi parte. Me sentí mal al comienzo, pero era su vida, y estaba seguro que estaba siguiendo el buen camino que tanto me esmeré en enseñarle a recorrer.

Mi hija ya no me llamaba, y cuando lo hacía era por muy poco tiempo. Se notaba un aire de seriedad y falta de afecto, pero estaba seguro que era por el estrés del trabajo y sus estudios. Le sugerí que dejara el trabajo y que se concentrara en sus estudios, que era innecesario esforzarse tanto cuando no tenía muchas necesidades, pero dijo que quería que las cosas fueran así, que confiara en ella y en sus decisiones. No insistí más, ya que ella sabía lo que hacía, además, ¡era mi hija! Así que confié en ella, estaba seguro que no me defraudaría.

Mi hija se había enfermado otra vez, pero me enteré un mes después que había salido del hospital, y no precisamente porque ella me lo haya dicho. Pero la parte dura fue cuando supe que había sido por la misma causa de la primera vez, y eso si lo escuché de su propia voz. Me confesó que había estado trabajando tan duramente sólo para poder comprar sus drogas, y que había dejado de estudiar hace bastante tiempo. Mi corazón se partió en ese momento, y el dolor que sentí es imposible de describir. Es como si todo el esfuerzo, toda la dedicación, la atención, las enseñanzas, todo eso hubiera sido en vano; es como si hubiera despertado de un sueño y descubriera que esa flor que había sembrado con tanto amor y esperanzas, nunca hubiera crecido. El dolor de un padre al saber que todo su tiempo y esfuerzo para hacer de sus hijos mejores personas fue en vano, es algo que no se puede narrar con simples palabras. Fue muy doloroso, y no pude evitar insultarla y reclamarle por sus acciones... me sentía completamente humillado y destrozado.



Mi hija desapareció de mi vida en ese momento. No la volví a ver más. Recuerdo que lo último que me dijo fue que lo que ella hiciera con su vida era asunto suyo, que a mí no me importaba y que la dejara en paz. Yo sabía perfectamente que ella necesitaba ayuda, e intenté con todas mis fuerzas ofrecérsela... pero ella me rechazó y se fue. No supe más de ella, al menos no hasta varios años después... lamentablemente cuando la vi fue en una de las páginas de un diario nacional. Un padre se alegraría mucho al ver a un hijo suyo en un diario, quizás en la sección de “Música”, o “Deportes”... pero no en la página de “Sucesos”. Realmente no podía creer lo que leía, y menos saber que la historia trataba de un incidente con unos delincuentes que forman parte del tráfico de drogas. Mi mundo se destruyó por completo a partir de ese momento, y las cosas dejaron de ser iguales. ¿Por qué las cosas se dieron de esa manera? ¿Por qué no sirvió de nada todo lo que le enseñé durante tanto tiempo? ¿A partir de qué momento ella comenzó a cambiar y las cosas dejaron de ser como antes? Nunca encontraré las respuestas a esas preguntas... pero se que nunca podré olvidarla, y este dolor difícilmente desparecerá, ¡porque era mi hija!

1 comentario:

  1. Vaya.. me ha gustado mucho, y me senti identificado por ambas partes, realmente grandiosa narrativa, te felicito Ekkusu :)

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